El suelo es áspero y me raspa las rodillas. En el fondo de la olla puedo ver las papas cocinarse. Me dan asco.
– Estoy cansada de comer esto, no creí que extrañaría tu sopa de lentejas.
– Yo tampoco tengo ganas de papa, pero hace semanas no consigo más, las tierras están muertas, la gente tiene hambre.
– No soporto este silencio.
Elisa no contesta, supongo que está enojada conmigo. Las papas huelen mal y hace días se nos acabó la sal, no nos va a gustar comerlas. En la basura está el paquete de plástico en el que venían empacadas. Todo es procesado, no recuerdo la última vez que comimos algo natural o fresco.
Me levanto del suelo a sacudir un poco la mesa, la madera está podrida por la humedad del aire y el polvo se pega a la superficie. – Será mejor que botemos esta mesa o nos vamos a enfermar comiendo aquí –, Elisa me mira sin contestar nada.
Cuando nos sentamos a comer no hablamos y las papas saben mal. Al terminar Elisa se levanta rápido de la mesa y se va descalza a la calle.
* * *
Por la noche hace calor. Puedo ver a todo el pueblo reunido en la plazoleta de la estación, hoy sale la penúltima misión de colonos terrestres para Marte.
– Mónica, mira el lado positivo, al menos con que se vayan todos esos ricos habrá menos gente en
el mercado buscando algo más que papas o lentejas y todos tendremos comida.
– Me dan asco, doña Victoria me contó que unos vecinos se robaron la plata para la boleta del cohete. Gente mala es lo que debe haber en Marte. Prefiero no ir y morir aquí, así tenga 20 años.
El silencio interrumpen los motores que despegan con una onda de calor. Al menos puedo ver el cielo iluminarse por las luces del vehículo. Me acuerdo que cuando era niña mi mamá me contaba cuentos de las estrellas, quisiera ver una en la vida real.
Elisa me mira como si supiera lo que pienso y me toma de la mano.
– Vamos a la casa ya, me da miedo que nos roben, el sol ya no está y es peligroso estar afuera.
– Sí, vámonos– Me dice mirando al arma que tenía un hombre junto a nosotras.
* * *
Por la mañana nos cortamos el pelo, los crespos negros de Elisa caen sobre mis pies. Pobrecita, se lo corté a la altura de las orejas. Ella se miró en el espejo de la sala y no dijo nada, sé que no le gustó; a mí me encantó que ella me cortara el pelo dejándolo como el de un hombre de las fotos viejas del mundo cuando había estrellas.
Estamos flacas, se marcan mis costillas en mi pecho, mi cuerpo parece el de una niña. Incluso perdí mis senos y no puedo evitar verme con desagrado en el espejo.
– Voy a salir a visitar a doña Victoria a ver si necesita algo, vuelvo en un rato.
– Bueno, cuídate. Es peligroso andar sola por estos barrios. Estoy pensando en invitar a nuestros amigos un día a hablar y podemos rebuscarnos algo de comer, me siento sola en esta casa tan grande.
– Hermanita, tú verás, pero al menos pídeles que traigan ellos el agua – le digo mientras salgo.
La casa de doña Victoria está a 20 minutos caminando, parece poco tiempo, pero me cuesta aguantar el recorrido sin marearme o sentir que me falta aire; no tengo energía y si llegara a pasar algo en este poblado de mierda no podría defenderme; pero hace días no veo en el mercado a doña Victoria y me preocupa que le pase algo. Le llevo unas pijamas viejas de mi mamá, a ver si cambia esos harapos que usa todo el tiempo.
– ¡Doña Victoria! Soy Mónica, vengo a ver si necesita algo... mi hermana quiere verla, la vamos a invitar a almorzar.
No me respondió pero abrió la puerta. Cuando entro veo que tiene la casa limpia, incluso trapeó el suelo.
– Parece que le va bien, señora. Me alegro mucho.
– Dile a tu hermana que sí voy, que me avise cuándo y qué debo llevar.
Yo asiento y le pongo sobre la mesa las pijamas de mi mamá; – Considérelo un regalo –. Doña Victoria es una mujer amable, aunque siempre está ensimismada y haciendo comentarios fuera de lugar.
– Yo al menos ya estoy vieja y la muerte no me pesa, tú y tu hermana son un par de muchachitas. ¿Tienen plata como para irse? – dice doña Victoria mirándome los pies.
– No, doña, no tenemos. Solo podemos aceptar lo que se viene o irnos a buscar otro lugar.
– Ese señor Manuel está muy amigo de tu hermana ¿Eh? – me dice con sorna.
– Eso no es asunto suyo.
Ella no contesta y se queda mirando por la ventana el humo que sale de una fábrica. Me quedé un rato mientras doña Victoria me contó historias de su niñez y me ofreció agua fría; cuando bebí el agua me fui.
– Señora, debo volver. Ahí le dejo esa ropa. Venga a mi casa el lunes de la semana entrante.
– Gracias, niña, dile a tu hermana que yo le llevo agua potable y que se cuide de los hombres. Mónica, querida, váyanse de aquí que ya solo quedan papas malucas –.
No dije nada y salí. De camino a casa empieza a llover agua caliente, pero no corro. No me importa mojarme, hace mucho no llovía por aquí. El piso se llena de charcos rápidamente y el agua entra por los huecos de mis botas viejas. Pienso en lo mucho que me gustaría pisar hierba, untarme de pantano; cuando Elisa y yo éramos niñas mi mamá nos llevó de paseo a ver árboles y comer manzanas. Estuvimos en el carro varias horas hasta que llegamos a un prado lleno de gente, había un gato, es la única vez que he visto un gato en la vida real. Cuando éramos niñas ver naturaleza ya era un lujo, hoy en día necesitas irte muy lejos para encontrarla, si es que queda en alguna parte.
Cuando llego a la casa Elisa me estaba esperando con una buena noticia:
– Encontré un poquito de pimienta en el mercado – dice mientras me muestra la bolsa de plástico con la pimienta dentro empacada al vacío, grano por grano.
Sólo sonrío mientras me quito las botas y las escurro en la puerta.
* * *
Me desperté tarde, el sol salió hace varias horas, en la cocina están Elisa y Manuel conversando. Él siempre usa un viejo abrigo de cuero y un chupo de bebé atado al cuello por un cordón negro; lo miro con lástima, su hijo murió hace apenas un mes.
Voy a unirme a la conversación y los encuentro discutiendo sobre qué ha habido en el mercado las últimas semanas. – Sólo papas, Mónica las odia – le dice ella. – Yo vi media cebolla en una caja de cartón hace unos días, me sorprendió ver algo más que plástico entre todos esos paquetes. Era muy cara, por supuesto. A los pobres nos dejan la peor comida, pero en la casa donde trabajo tienen agua, hielo, carne de conejo, papas, tomates y un poco de chocolate– respondió Manuel. Se me escapó un suspiro y ambos voltearon a mirarme. No dije nada. Me sorprendió la historia de Manuel, creo que nunca en mi vida he comido chocolate. Mi mamá contaba historias de cuando todavía vivía gente en
Medellín y podías comprar todo lo imaginable por internet, incluidos pasteles de chocolate o frutas untadas de dulce.
Elisa se levanta y le abre la puerta como indicándole que debe irse, él nos sonríe a ambas. – Ven a almorzar el lunes de la semana entrante, trataré de tener algo más que papas para ofrecerles – le dice ella; – Claro, veré si puedo comprarme una de esas medias cebollas – dice él mientras sale por la puerta y pone los pies sobre el pavimento agrietado.
– ¿Qué hacía él aquí? Vivimos en una zona peligrosa, Elisa. Tienes que tener cuidado, hace poco atacaron a una niña a unas calles de aquí.
– Vino a ver si necesitábamos algo.
– Es un viejo triste, se te olvida que tienes solo 18 y él 45 años, Elisa, no lo puedes meter así a la casa.
– Estás loca. Mira a tu alrededor y dime que no nos viene bien tener amigos.
No le dije nada, tiene razón pero no entiendo porqué ese amigo debe ser un señor. Al menos doña Victoria vive en su propio mundo y nos necesita más a nosotras que nosotras a ella. Elisa no entiende, vive y sale como si aquí no pasara nada.
– Creo que deberíamos buscar un mejor lugar para vivir –.
– Sí, pero espera a que tengamos ese almuerzo –.
* * *
Anoche salimos a caminar después de cenar, anduvimos una hora por calles solitarias y oscuras. Miro al pasado y no recuerdo cómo no caí en cuenta de lo peligroso que fue. Cuando íbamos de regreso a casa oí a una mujer gritar y corrimos siguiendo su voz, pero cuando llegamos vi cómo la mataban para robarle lo que llevaba. Huimos, nos siguieron pero se fueron al cabo de un rato. ¿Para qué querrían encontrarnos? Sólo teníamos unas camisas y unos pantalones rotos. Hace años que no hay ley, así que tampoco hay nadie a quién decirle.
Esta mañana peleamos, Elisa no quiere mudarse pero es lo mejor. Aquí ya no queda nada. Nos despedimos de nuestros amigos, y aunque Manuel se ofreció a ir con nosotras, yo no se lo permití. Desconfío de él.
– Siento que huimos de la muerte. Primero mamá y ahora esa mujer – me dijo Elisa cuando salimos rumbo a Tierras Pobladas 5. Yo no le dije nada, solo la abracé. El aire es sucio y el hambre no nos abandona nunca, lo mejor era partir. Sé que ella lo sabe, pero le cuesta aceptarlo.
Caminamos durante horas hasta que oscureció y buscamos posada. Una mujer con sus dos hijos pequeños nos dejó entrar a su casa. No cenamos, la comida no alcanzó y no quisimos acaparar alimentos; dormiremos en el suelo pero al menos estamos a salvo de que nos ataquen un grupo de forasteros en las carreteras.
A lo lejos veo nuestro poblado, oscuro y con una bruma gris sobre los edificios.
– ¿Quieres agua? Queda un poco en la botella – le dije a Elisa extendiendo el brazo.
– No. No tengo sed.
– Oh, hermana, todo va a estar bien.
– Tú no crees eso. Sé que piensas que vas a morir joven y que a veces lo deseas.
– Es cierto. Elisa, no vamos a vivir 70 años aunque queramos, con suerte seremos tan viejas como doña Victoria, que tiene 62, pero nuestros huesos ya son débiles por el hambre. Al menos estamos juntas en esto, ¿No?
– Ay, vamos. ¿Juntas? Tú siempre estás quejándote de mi comida y de los amigos que hago. ¿Qué pasa si me gusta un hombre? Lo sacas de la casa. ¿Qué pasa si se muere mamá? Nunca te ríes ni hablas conmigo como antes. Te distancias, siempre. Eres negativa.
– Manuel es peligroso, pero te guste o no, nos tenemos la una a la otra. Yo cuento contigo y me como tus papas insípidas – ella se voltea y cierra los ojos. Veo que tiene el pelo de la coronilla enredado y tierra en su nuca. – Yo te quiero mucho, y quería a mamá. Déjame sentirme mal, tú estás ignorando los problemas y eso es peor –. Sigue sin contestar así que me volteo también.
Nos quedamos dormidas.
* * *
A las cuatro de la mañana me despertó el llanto de uno de los hijos de la posadera, desperté a Elisa. Comimos un caldo de lentejas que nos ofreció la mujer y nos fuimos. Ya debemos estar cerca de Tierras Pobladas 4, es solo un día más de camino. Escogimos Tierras Pobladas 5 porque oí historias de que allí hay un árbol con flores y estamos muy ilusionadas con verlo.
Salimos de antigua La Ceja rumbo a antiguo Abejorral, hoy Tierras Pobladas 4. Ojalá fuera posible pasar por Medellín, pero es imposible respirar allí. Es un laberinto de calles y edificios. Me imagino que podrías hallar esqueletos de personas que no lograron salir antes de que la segunda Guerra de recursos llegase.
Elisa lleva sin hablarme desde ayer. Ese comportamiento siempre logra enojarme, nunca dice nada cuando las cosas se ponen difíciles, es como si decidiera no estar presente.
* * *
Encontramos un estanque y recogimos agua para hervirla más tarde y poder beber. No sabemos si hervirla sea suficiente para hacerla segura, pero la sed es insoportable y el calor se acumula en la nuca. Además, las pausas que nos obligamos a hacer para no desmayarnos nos retrasan mucho. Veo que Elisa está pálida, supongo que yo también debo estarlo. Este viaje fue una decisión alocada, pero no me arrepiento de nada y espero que ella tampoco lo haga.
El paisaje, si es que puedo llamarlo así, es horrible. El agua de los ríos es negra y casi ni se mueven, todo es de pavimento y no hay sombra en ningún lado. Antioquia está muerta, no importa a dónde mire. Hemos visto otros grupos de personas caminar con bolsas y cajas, algunos llevan niños. Todos estamos flacos, todos estamos pálidos; nadie habla con nadie, podría ser peligroso acercarnos, podría ser peligroso para los demás acercarse. En este momento no se puede confiar en nadie, la decisión de buscar posada fue arriesgada, afortunadamente estamos vivas.
Espero con ansias la noche, cuando haya viento y la temperatura baje un poco. Elisa tiene un poco de tos, espero llegar pronto a algún lugar en el que podamos descansar.
* * *
Al cabo de unas horas, cuando el viento por fin apareció Elisa me abrazó.
– Yo también te quiero, Mónica.
– Puede que vivamos menos que mamá o más, pero vamos a ver un árbol con flores y estrenaremos casa. Yo puedo conseguir un trabajo cuidando niños y tal vez podamos ahorrar y comprar chocolate como los jefes de Manuel.
– Sí, tal vez.
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