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  • Maria del Mar Alvárez

La luna y la sombra

Hace mucho tiempo, cuando la luna recién había aparecido en el cielo, Salió de un manglar una Sombra, se llamó Umbra. Se dedicó a cuidar de todas las criaturas y seres vivos que vivían en el bosque de manglar. Se convirtió en el espíritu guardián de este bosque.

La luna, fascinada por la devoción de Umbra hacia su hogar, observaba desde el cielo. Vio muchos animales y plantas crecer. Vio cómo se creaba la vida y como se destruía. Fue testigo de las cosas maravillosas que ocurrían en la tierra y de cómo todos sus habitantes vivían en perfecta armonía. La luna quería ser parte de algo así, quería ser parte de una familia. Pero la Luna estaba destinada a estar sola por siempre. Después de todo, alguien tenía que jalar la marea y velar por las criaturas de la noche.

Pasaron días, meses, años y décadas, y la luna no perdía su fascinación por la tierra. De vez en cuando lloraba perlas que caían al fondo del mar. Pero nadie venía a consolarla, y ella sabía que nadie nunca lo haría. Toda la gente de la tierra estaba muy ocupada como para darse cuenta de que la luna, a la que tanto adoraban, era infeliz. El único ser que parecía darse cuenta de lo sola que se sentía era Umbra, quien se sentaba en las copas de los manglares por la noche y le hacía compañía. Nunca hablaban, pero se entendían perfectamente. Dos seres de la noche, uno hecho de luz pura y el otro de oscuridad profunda.

Un día antes de que la luna saliera llegaron unos humanos al manglar. Umbra los recibió con los brazos abiertos y les ayudó a armar su campamento, a buscar agua limpia y comida. Esa noche cuando apareció la luna y vio a los extranjeros en el manglar se sorprendió y por primera vez habló:

“¿Quienes son?” le preguntó a umbra.

“Amigos.” Contestó la sombra.

“¿Seguro?”, y así volvieron a su silencio.

Con el paso del tiempo los extranjeros se asentaron; construyeron hogares, caminos y monumentos, aprendieron a obtener su propia comida y se multiplicaron. Tomaron a Umbra como su salvador y a la Luna como su guardiana. Y así fue por varias generaciones. Las noches de compañía en silencio disminuyeron, pues Umbra tenía labores que atender en el pueblo. La Luna volvió a su soledad.

De vez en cuando la gente del manglar hacía fiestas, decoraban todo el pueblo con luces y bailaban, tocaban música, se reían y olvidaban todas sus responsabilidades. La Luna los observaba de lejos, deseando poder ser parte de eso.

En una de las fiestas hubo un accidente. Uno de los humanos había tomado mucho jugo de uva y mientras bailaba tumbó una de las luces, prendiendo la cortina de una tienda. Al principio nadie se dio cuenta y para cuando llegaron los baldes de agua ya era muy tarde. El fuego se había esparcido a varias casas y algunas ramas de los manglares cercanos. Umbra intentó apagar las llamas con todas sus fuerzas, pero su esfuerzo fue inutil.

La luna al ver esta tragedia empezó a llorar incontrolablemente, quería ayudar, pero la noche acabaría pronto.

Con el día llegó la calma. El incendio se apagó, pero un gran pedazo del bosque había quedado destruido e incontables criaturas habían sido perdidas. Umbra quedó destrozado y la rabia sacó lo peor de su ser. Estaba furioso con los humanos. Después de haberlos recibido, después de haberlos ayudado, así es como le pagaban.

Los humanos intentaron razonar con Umbra, explicarle que había sido un accidente, pero no los escuchó. Desterró a los humanos del manglar y les dijo que no los quería volver a ver. Los humanos se fueron ofendidos y Umbra se quedó lamentando la pérdida solo, en medio del desorden.


No volvió a hacerle compañía a la luna, pasaba las noches llorando, tratando de enmendar el daño que había sufrido el manglar.

Después de cierto tiempo el manglar se empezó a recuperar, y las criaturas empezaron a volver. Pero aun así Umbra no volvió a visitar la luna. En realidad pasaba la mayoría del tiempo vagando por los restos del pueblo. La luna intentaba animarlo, pero solo la ignoraba. Después de muchos intentos fallidos de alegrarlo La luna tomó una medida desesperada. Bajó a la tierra.

No muchos saben qué pasó después, pero dicen que la luna y la sombra se hicieron compañía a la orilla del mar, y no hablaron. Desde entonces, una vez al mes, la luna baja a hacerle compañía y se encuentran donde la tierra y el mar se tocan.

Por lo menos eso fue lo que me dijo la dueña de la repostería. Al principio no le creía, pero anoche vi algo moverse en el manglar. Y estoy casi seguro de que era La sombra.


Ilustración hecha por: Valentina Torres.

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