Raymunda Pelaya, descubrió, la mañana del martes, en el cajón de las herramientas de su
esposo, el dedo gordo del pie de un niño con un letrerito atado a una cuerda que decía: “Si me
encuentras a tiempo, siémbrame en tu jardín, si no, atente a las consecuencias”.
La mujer, extraviada, va a preguntarle a su marido – Oíste, Ramiro – dijo con un acento paisa
marcado – ¿Qué es ésto, Ramiro?
– Un dedo – respondió él
– ¿Qué hace un dedo ahí? – preguntó ella.
– Creo que es alguna de esas vainas raras de mi mamá.
– ¿De doña Emilia? No sabía que era real el chiste de la suegra bruja, ¿Qué hago con ésto?
– Lo que dice ahí – respondió él seriamente.
– ¡No voy a sembrar un dedo! ¿Qué tal que salga una mata de pecueca?
– Ay, bueno, haga lo que quiera.
Tras botar el dedo, Raymunda se dispuso a hacer el almuerzo. Siempre le gustó cocinar, su
abuela le enseñó cuando era niña. Siempre le daba cátedra sobre lo importante que era
aprender a cocinar, tejer, trapear, barrer y vestirse adecuadamente según la ocasión.
– Ay, Mita – suspiró – ojalá aún estuvieras aquí, no sabes la falta que me haces.
Más tarde esa noche no pasó nada. ¿Creyeron que iría por el nudo tan rápido? No, me gusta
añadirle mi toque a los cuentos. Romper la cuarta pared es uno de ellos.
Pasó mucho tiempo, Raymunda y Ramiro tuvieron un hijo al que llamaron Eriberto Salgado
Gutiérrez. Ramiro no podía estar más orgulloso de tener un primogénito varón. No paraba de
imaginar lo que harían como padre e hijo.
Por otro lado, Raymunda lo abrazaba con un inmenso amor maternal, y le decía “eres hermoso,
de seguro serás un galán con las muchachas. Ojo me sale como su papá, culicagado”.
Meses más tarde...
– ¡Ah! Este chino hijo de... una estupenda madre no se duerme – exlamó Ramiro en la noche –
¿usted a quién le salió tan chillón?
– ¿A quién más? – bromeó Raymunda
– ¿Yo? Ja, ja, ja. Estás muy charra
– Yo sé. Más bien ven a dormir
En la mañana siguiente Raymunda se quedó impactada pues todas sus plantas se habían
secado y muerto.
– ¡¿Qué?! No no no ¡Ah!
– ¿Qué pasó?
– Mira las matas. Todas están dañadas
– Ay juemadre, mirá, éstas huelen mal
– Raymunda suspiró con tristeza – ¿Por qué me pasa esto a mí?
– Por chistosa-- respodió Ramiro sonriendo.
– ¡Uy, te voy a matar! – gritó ella, cuando de pronto el bebé empezó a llorar, – iré a atender el
bebé.
Al cargarlo, Raymunda se dió cuenta que lloraba de miedo y no de hambre o popó.
Pasan los días y los eventos misteriosos no pararon, cosas terribles como que Iván Duque es
presidente, aparecen rasguños en la espalda de Raymunda y más cosas terribles.
Una noche, Rayumunda vió a su suegra. – ¿Pero cómo? Ella murió hace siete años.
– ¡Raymunda! Tu desobediencia es inaceptable – dijo la suegra
– ¿De qué hablas?
– Te hablo del dedo.
– ¿En serio?
– Sip – bromeó la señora
– Dañaste el cuento con ese descache – dijo Raymunda exasperada
– ¿Qué? No, ¡Es perfecto!
– Eh, no. Se veía venir desde el inicio
– Ay, bueno, qué importa. Debes cortarle el dedo gordo a Eriberto y plantarlo en tu jardín. Sólo
sirve el dedo de tu hijo, ningún otro.
– ¡Aburrido! – bromeó Raymunda
– ¿Entonces qué tal si planto tu cabeza?
– Está bien, haré lo que dices
Días después...
– Amor, ¿Por qué Eriberto no tiene el dedo gordo del pie izquierdo?
– Ah, es que se cortó con un vidrio y el doctor dijo que había que amputar...
– Ah, bueno. Oye, ¿Por qué no estaban aquí cuando mi mamá vino?
– Por el bien del cuento tuve que hacerlo, y por el bien de la patria – dijo ella.
— ¿Qué? – preguntó él extrañado
– Nada.
Bueno, aquí acaba el cuento. Tal vez lo dañé con el final, pero el tiempo no me permitió seguir,
y tampoco mi espalda. ¡Hasta pronto!
FIN.
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