La recuperación de la familia colombiana
- Juan Daniel Arias
- 6 may 2018
- 5 Min. de lectura
Por más que amemos a nuestra patria Colombia, tenemos que estar conscientes de los enormes problemas que enfrenta, siendo algunos de ellos la pobreza, la delincuencia y la desigualdad. Como diría cierto político al cual le tememos los libertarios y liberales de derecha porque nos podría dejar sin por quién votar en las presidenciales del 2018, la raíz del problema está en la familia y es la institución de la familia lo que debemos proteger. Sin embargo, ese político que tanto defiende la familia también se equivoca: no es la homosexualidad ni el aborto lo que ha corrompido la sociedad, sino una larga lista de cuestiones, principalmente de género, que han hecho que tener una familia completa y normal sea anormal.
Empecemos por el hecho (aunque algunos lo nieguen) de que las mujeres tienen menos oportunidades laborales que los hombres. Pero –y aquí brincará de su asiento más de una feminista– esto no se debe al machismo. Si bien es cierto que el machismo es algo aberrante en muchos de nuestros pueblos y en los rincones marginales de nuestras ciudades, un empresario tendría que ser realmente tonto para dirigir su empresa con base en la discriminación; más bien, se basan en estadísticas, en producción y en optimización. Como muy bien lo expone la revista “The Economist”, en el mundo occidental, la población mejor pagada es la de las mujeres homosexuales, que ganan más que los hombres heterosexuales. Entonces, ¿acaso se discrimina a las mujeres a menos que sean lesbianas, lo cual sería normalmente otro motivo de discriminación? Ese es el punto: no hay discriminación.
Un empresario ve a sus trabajadores como máquinas para optimizar su producción y ganancias. El peligro de contratar a una mujer heterosexual es que corre el riesgo de “averiarse” más fácilmente. ¿Cómo? Quedando embarazada. Cada vez que una empleada queda preñada, la empresa tiene que darle un tiempo de descanso todo pago mientras se vence la licencia de maternidad, tiene que pagarle también a un reemplazo que seguramente no rendirá tanto como la empleada original y no la puede despedir. Mejor dicho, la empresa queda embarazada con la embarazada. O sea que no hay ningún patriarcado maligno haciendo un complot para oprimir a la mujer, sino que, sencillamente, no conviene contratar mujeres heterosexuales. Como las quieren contratar menos, su sueldo baja, así como al bajar la demanda de un bien cae también su precio.
Pero todo esto no quiere decir que estemos condenados a la desigualdad de oportunidades laborales. Esto quiere decir que necesitamos un cambio en el sistema. He escuchado propuestas muy poco convincentes al respecto, como igualar la licencia de paternidad a la licencia de maternidad, lo cual quebraría a las empresas y desestimularía absolutamente todo. Otra idea que escuché, más tendiente al socialismo, fue la de hacer que el Estado se encargue de las licencias, supuestamente liberando a las empresas de esa carga, lo cual suena bien hasta que consideramos que de todos modos las empresas terminarían pagando en forma de impuestos. Además, ¿yo por qué le tengo que pagar el embarazo a otra? No estoy de acuerdo. No quiero pagar ese impuesto (como la mayoría de los impuestos).
Curiosamente, la solución no se me ocurrió pensando en el problema, sino en el bello regalo que nos dejó Augusto Pinochet –sin justificar ninguna de las atrocidades que hizo, pero sacando lo bueno a relucir– del sistema de pensiones por capitalización, como alternativa al fallido e insostenible sistema de pensiones por reparto nacido en Alemania y al sistema mixto que tenemos en Colombia desde la Ley 100 de 1993. Podría hablar mucho más y extenderme sobre este tema, pero no me quiero desviar tanto. El punto es que las mujeres que planean tener hijos podrían abrir una cuenta de ahorros en la que ellas mismas se financien el embarazo y la maternidad, donde podrían ahorrar más o menos, por más o menos tiempo, permitiendo una alta flexibilidad en la duración de la licencia, que se pueda pagar posteriormente en caso de “accidentes” y que, ahora sí, aplique del mismo modo para los hombres. Esto permitiría que los niños crezcan junto a padre y madre durante más tiempo (dos años como mínimo es lo ideal según pediatras), generando mayor estabilidad emocional y viéndose traducido en el futuro como la recuperación de los valores de la sociedad. También contribuye a derribar los estereotipos de los roles de género y a darle al padre el papel que merece dentro de la familia.
Por otro lado, sigamos hablando sobre el papel del padre y sobre los embarazos adolescentes e indeseados, tema que involucra directamente a los niños. Si bien estoy firmemente en contra de cualquier impuesto que se cobre y sea destinado a subsidiar cualquier sector de la población que pueda defenderse por sí mismo, no estoy en contra de que se subsidie la infancia, ya que obviamente no hace parte del sector que describí. Por eso, las madres adolescentes y cabezas de familia cuentan con cierto apoyo estatal al cual no me opongo, pero aquí queda un vacío; un vacío en la vida del niño. ¿Dónde está el padre? En muchos casos, el papá se vuela muy feliz de la vida sin tener que asumir nada, mientras que la mamá recibe todo el peso de la responsabilidad, pero al mismo tiempo recibe ayudas, y al final el jodido es el niño, que crece sin la figura paterna. ¡Qué desconsiderados con las mujeres son esos hombres! ¿No? Pues… desconsiderados sí, con el niño, pero con la mujer no tanto. A él muchas veces, si responde, le toca renunciar a su estudio, a su futuro y a sus sueños, y partirse la espalda trabajando sin recibir ayuda de ningún tipo, mientras que la mujer, estando sola, sí recibiría la colaboración que necesita. Al final sale casi más económico que el papá abandone si miramos el balance, excepto para el niño y la sociedad a largo plazo. Por eso, propongo que a los hombres que tengan hijos antes de los 25 años mientras estudian o de los 20 años si no lo hacen, se les brinde cierta ayuda por parte del Estado, y lo mismo para las mujeres, con el objetivo de que haya más familias con dos padres en lugar de uno.
Las dos estrategias que argumenté, sumadas a unas buenas campañas de educación sexual y de género en los lugares marginales de nuestros municipios y corregimientos, la legalización del aborto y la legalización de la adopción por parte de solteros y parejas homosexuales (porque pocos padres hay peores que el Estado) son la posibilidad que veo de rescatar la familia en Colombia y nuestros valores como sociedad.
TEXTO POR JUAN DANIEL ARIAS.

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