El otro lado
- Pedro Bernal
- 13 abr 2018
- 2 Min. de lectura
Pasaron varios minutos después de quedar solo en mi casa, antes de que recordara el video. Había visto varias veces imágenes de la niña en Facebook, pero pasaron días antes de que la curiosidad me llevara hasta el sitio web, donde supe que era mejor no seguir hasta tener privacidad.

Prendí mi computador portátil y recorrí todo el camino virtual que había seguido la primera vez hasta la página que había encontrado. En la parte superior de mi pantalla se veía ahora una mujer empalada. «De mal gusto», reflexioné. «No es lo que busco». Bajé un poco más y ahí estaban los dos videos. Uno mostraba solo el final, pero yo reproduje el completo, de más de cuarenta minutos, que era lo que la niña había transmitido en vivo. Tenía el pelo cogido y parecía usar maquillaje y labial. Leí que tenía doce años, pero parecía mayor. La vi filmarse y caminar, alejándose de una casa, mientras hablaba en inglés; no distinguí lo que decía. Dejó su celular apuntando hacia un árbol, que luego trepó. De vez en cuando un zumbido empezaba a oírse y a hacerse más fuerte y luego desaparecía con la misma velocidad. Después de oírlo varias veces me di cuenta de que eran carros que pasaban cerca. Por varios minutos nada más pasó. En ese tiempo bajé más por la página y leí los comentarios. La mayoría expresaban pesar. Otros hablaban de la televisión; de una sociedad violenta; o de como la joven merecía haber muerto de una manera peor, o cosas así. Estos últimos eran los que más llamaban la atención, no se podía saber si querían generar rabia, lo pensaban realmente, o ambas cosas.
La niña empezó a hablar y volví al video. Parecía a punto de llorar. Solo entendí que le pidió perdón a alguien por haber sido una «whore». Se paró en una plataforma, ya era casi de noche, no se podía ver qué era. Luego se amarró una cuerda que colgaba del árbol por el cuello. Mi corazón se aceleró y sentí una emoción morbosa causada por la duda irracional (porque sabía muy bien que sí) de si lo haría. Terminó diciendo «goodbye» y se retorció y empezó a dar vueltas. El video seguía por varios minutos, ya no había nadie vivo para detenerlo. Los carros siguieron pasando y oscureció totalmente. En cierto punto una música extraña empezó a sonar. Oí la voz de una mujer, que no parecía percatarse de lo que había pasado.
—¡Katie! —llamaba.
TEXTO POR PEDRO BERNAL
Kommentare