El viejo del aparato
- Andrés Daniel Urzola
- 8 mar 2018
- 3 Min. de lectura
-No lo sé- le dije al viejo-. No parece algo real
Era un aparato extraño, parecía un celular, pero me abrumaba y cuando lo veía otra vez, ya no era un celular. Otra cosa que me aterrorizaba era el viejo, el hombre tenía un pelo gris y desaliñado, sólo usaba un manto de un color rojizo y oscuro; sus ojos eran azules, casi grises, su rostro era bastante atractivo para alguien de su edad y su piel era blanca, no pálida como la leche. Sólo la podía describir así, blanca. Además, su apariencia me era algo familiar, creía haberlo visto antes, pero no le preste mucha atención, debido a que necesitaba llamar a alguien por razones laborales. Pero ésta última vez que lo vi fue algo diferente. Yo iba de camino a casa, lo sabía de memoria; sabía qué senderos debía tomar a la perfección, para volver a casa recordaba a la perfección las tiendas por las que pasaba y la panadería que siempre olía a huevo. Esa tarde estaba pasando por el sendero de las tiendas, iba revisando mis correos electrónicos y mensajes pendientes en mi celular, cuando de repente escuche una voz que dejó en silencio todo a mi alrededor y me hizo sentir un escalofrió que recorrió toda mi espalda.
-Marcus- dijo la voz
Mire hacia el lugar de donde creí que venía la voz, y entonces vi al viejo. Lo que me intimidó fue el hecho de que sabía mi nombre. Detuve mis pasos y lo miré por un rato, como esperando a que me dijera algo más.
-Guarda tu teléfono, Marcus- Me dijo el viejo.
Aunque su voz fuera intimidante, no iba a permitir que me diera esa orden, y mucho menos cuando estaba contestando un mensaje. Reanudé mi camino y seguí mirando más mensajes. Pero después de unos segundos la voz volvió a hablarme, repitiéndome lo mismo. No le hice caso y seguí caminando, pero después de un rato, levanté la vista y vi al viejo en frente mío, sostenía un aparato extraño y acercaba su mano ofreciéndolo.

-Marcus, acepta este regalo-, dijo. –Con este aparato puedes hacer lo que quieras, puedes ir a cualquier lugar si lo deseas, puedes tener la tecnología más avanzada que has imaginado.-
Fue al grano directamente, me ofreció el aparato, dándome una publicidad atractiva acerca de éste. Yo dudé, pero al final lo acepté. “Nada me va a pasar”. Esa frase en medio de la angustia, y esa incomodidad que me causó el viejo, me hizo terminar aceptándolo. Le iba a agradecer al viejo, pero ya no estaba.
Durante el recorrido que me faltaba estuve algo perturbado. Llegué a casa, cerré la puerta y me senté en mi sofá a observar el aparato. Lo use un buen tiempo y quedé impactado, había ido a Roma, Paris, Escocia, Toronto, Berlín y Montreal de verdad en menos de una hora. Así que comencé a usar el aparato por una semana, continuando con mi rutina y quede impactado. Después de una semana, volví a ver el viejo y le agradecí, pero este me contesto advirtiéndome sobre una maldición en el aparato; claro que no le presté mucha atención. Pero durante esa semana me pasaron cosas que nunca me habían pasado; me tropezaba muy seguido al caminar, pero eso era lo de menos; también me atracaron, me robaron casi todo de mi apartamento, me despidieron de mi trabajo y quedé solo con el aparato. Entendí el mensaje e intenté deshacerme del aparato, cosa que no pude hacer; lo tiraba y volvía a mí, lo destrozaba y volvía a mí completamente reparado. En medio de mi tristeza, subí a mi apartamento y abrí la ventana. Mirando el atardecer, dije que lamentaba todo y mencioné a cada una de las personas que conocía, pidiéndoles perdón por todo. Al terminar esa escena de palabras y lágrimas, saqué el aparato de mi bolsillo y con lágrimas, pedí perdón al viejo. Después de esto, me aparté de la ventana y con impulso corrí hacia ella y me lancé. Sabía que era el fin de mi vida, pero sabía ya que era tarde y era lo que merecía.
TEXTO POR ANDRÉS DANIEL URZOLA
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