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Un sánduche simple.

Mauricio Danies López 10º

Me despierto con el sol en la cara, entrando por la ventana y dando justo por el único espacio entre las cortinas. Miro el reloj: once y treintaidós de la mañana. Dormí demasiado.

 

Me levanto de la cama con un suspiro y camino a la cocina. Prendo la caja que apenas se puede describir como una televisión; ya está en el canal de noticias. Saco un huevo de la nevera y una tajada de pan de una bolsa, y hago mi desayuno con el ruido de la televisión en el fondo; no le presto atención a lo que dicen hasta que como, pero ayuda con la ilusión de que hay actividad en la casa.

 

Al terminar el café del desayuno, doy otro suspiro, pero no por falta de aire, sino por resignación: últimamente todas las noticias son iguales, como los días. Es como si alguien parara el tiempo. No está pasando nada.

Miro el reloj otra vez: doce y diez. Ya es muy tarde para almorzar; parece que me lo saltaré hoy también.

 

Dejo el plato al lado del resto en el mesón de la cocina; no me quedan muchos limpios. Voy a tener que lavar… mejor mañana.

 

Me dirijo al baño, evitando el espejo deliberadamente, y me meto en la ducha. El agua caliente corre lentamente desde mi cuello y por mi espalda, y me tomo mi tiempo para bañarme, moviéndome como un erizo que no se quiere despegar del calor del agua: afuera hace mucho frío.

 

Reviso la hora otra vez después de cambiarme: una y tres de la tarde. Abro una novela vieja que probablemente he leído docenas de veces, con el título y la portada borrados por el tiempo.

 

En estas, paso la tarde, dejando el libro al lado y mirando mi reloj un rato después de que se oscurece: siete y veinticuatro.

Me hago un sánduche simple para la comida, repitiendo las mismas acciones que al desayunar. Apago la televisión y me devuelvo al cuarto.

 

Día cincuenta y seis de la cuarentena. Hoy, igual que ayer, y mañana, sin duda, igual que hoy.

Reviso el reloj: ocho en punto de la noche.

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