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De la cama a conversar con la lámpara.

Violeta Saldarriaga Ramírez 11º

Todos los días uso la misma ropa, nada nuevo hay a mi alrededor. Miro la ventana, la abro y la cierro; y luego la vuelvo a abrir. Tengo frío y tengo calor, por eso parezco en pijama todo el día. Ya no sé si tengo los ojos cuadrados de tanto mirar al computador, el trasero plano de estar sentada o el cerebro vacío de tanto pensar.

Normalmente ver caras es totalmente estresante para mí, pero debo admitir que prefiero ver caras de gente desconocida que la misma pared blanca todo el día. Cambiar de ambiente es lo que más extraño, ya recuerdo los tiempos en los que me podía sentar en una mesita a quejarme de la vida; ahora solo me siento en una mesa a pensar que ya no me puedo quejar. A pesar de todo lo que quisiera que este encierro obligado se acabara de una vez por todas, sé que para mí el encierro durará muchísimo más, y prefiero mantenerlo de esa manera. Mi mente es una caja que guarda los recuerdos del exterior, pero ¿qué me pasa? —igual antes ni salía de mi cuarto para hablar con mi hermana— ¿cuál es el exterior que tanto extraño?

 

El día transcurre largo y monótono, me levanto, me doy en la cabeza con la ventana que no cerré antes de acostarme, observo mi cama a ver si me dan ganas de tenderla y luego me da hambre. Una y otra vez esa ventana me sacude el cerebro y mata las neuronas adormecidas que igual ya deben estar a punto de morir de aburrimiento. A veces mi rutina cambia y en vez de darme en la ventana, me doy contra la punta de la cama en el dedo chiquito del pie, o me cierro la puerta en un dedo de la mano derecha. Luego de casi morir atacada por mi propia casa, tomo un desayuno que no me llena, así que desayuno una segunda vez y me voy a bañar.

 

El baño es mi parte favorita, pues estoy matando tanto al mundo como a mi propio cerebro, me quedo en blanco viendo las baldosas, y luego me pongo a pensar en algo raro que dije en una conversación hace cinco años; por lo menos converso con alguien. También saludo a la araña que hay junto al rincón de la ducha —¿ya se habrá comido al mosquito que me molestó ayer todo el día? Espero que asuste a mi hermana hoy y me dé un poco de entretenimiento, te amo arañita del baño—. Luego me pongo la pijama de nuevo y me quedo mirando mi computador 8 horas seguidas, su pantalla rectangular será la única amiga que tendré por los próximos seis meses, entonces he estado conversando con ella para mejorar la relación.

 

Hoy hice un profundo intento por cambiar mi rutina, en vez de poner el pie izquierdo en el suelo al levantarme de la cama, puse la mano derecha —Ja, lógica de levantarse con el pie izquierdo, te he vencido— luego obviamente me caí porque es bien difícil levantarse con una mano, pero igual logré mi cometido. Luego tendí mi cama, esta vez con la sábana al revés; a ver si se me voltea el mundo. Al terminar con todos estos modos extraños de hacer las cosas, decidí parar un rato y me comí mis dos desayunos (eso si no lo cambio por nada). Me bañé y en vez de saludar a mi araña la saqué de mi baño —tiene que ser más proactiva ella también— se notaba muy asustada, creo que la maté de un infarto.

 

Ya continué con mis próximas 128.000 horas iguales de sentarme en frente de mi mejor amiga a estudiar, pero en vez de hablarle a ella, le hablé a mi lámpara; a esta la tenía muy olvidada y me da miedo que un día de estos me abandone y me deje en la obscuridad absoluta. También agendé una cita con mi psiquiatra, vamos a ver cómo me va con él, pues últimamente, cada vez que le hablo, parece que un fantasma se le hubiera aparecido ­—¿será que estoy tan pálida?—  no sé si es que anda muy estresado o la estresada soy yo.

 

Apenas logre salir de este encierro voy a hacerme un cambio profundo de personalidad, estoy diciendo muchas verdades sin antes pensarlas y mi teclado se ha enfurecido conmigo ya varias veces esta semana. Creo que hasta a mi cama ya le caigo mal (porque sé que definitivamente mi mamá ya no me aguanta); así que decidí tomar las riendas de mi vida y hablar menos, no sé si sea contraproducente a largo plazo, pero puedo intentar. La semana pasada hice un experimento de esta índole: en vez de mantener mi cara inexpresiva todo el día, como normalmente lo hago, sonreí con la boca abierta. A mi papá no le agradó mucho el experimento, me creyó una psicópata asesina que estaba planeando un temible plan —lo que él no sabe, es que si lo soy, solo que no sonrío— y entonces me tocó rendirme y volver a mi estado de piedra inerte, ya estaban sospechando demasiado.

 

Mañana en la mañana trataré de meterme en la mente de mi perro, me intriga mucho qué es lo que piensa cuando duerme, como se puede ver tan lindo durmiendo si yo me veo como un bacalao muerto, la verdad es que lo envidio. También dejaré de fingir, pues esto me tiene los pelos de punta; dejaré de pretender que no quiero ser perfecta cuando es mi más profundo sueño (que pena que los sueños no se hagan realidad).

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