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Cuevas del Higuerón.

Mateo Vallejo Echeverri 11º

Seis días antes del 14 de agosto, ya teníamos claro que estaríamos fuera. El decreto del 22 de julio dejó a Envigado dentro de los nueve municipios que se sumaron al aislamiento preventivo 3x4. Cuatro días laborales de apertura económica, menos tres de ocio que comenzaban el viernes a primera hora. ¡Ni un fin de semana más pasaría encerrado!; lo mismo pensaban los 4 amigos con los que mantengo. El plan era respetar la cuarentena con los mismos de Villa Fontana, pero esta vez acampando.

 

Mercamos el día anterior, las facturas fueron 326.000 pesos en el Euro, 200.000 en el D1 y 39.000 en la carnicería de San Mateo. Con los escasos dos días que aguantamos por allá, habría sido suficiente con los 40 mil de carne y ahorrarnos la cargada de los otros doscientos cuarenta y punta kilos de mercado, que subirlos fue más que un sacrificio.  La suerte fue que Ingrid, Valentina, Isabella y Simón, un día antes me hicieron una invitación, cambié sus planes y oportunamente quedaron programados, 6 manos más nos alivianaron la vuelta.

 

Nos encontramos en las trucheras del Salado a las dos y media de la tarde, sinceramente de haber sabido que la caminata era de tres horas, habría planeado el encuentro más tempranito, siquiera a las 6AM. Desde que entramos al camino real comenzó la aventura: Primero nos topamos con una manada de chandas antojadas de mordernos, el pug negrito era el más bravo, en ese momento noté que varios envidiaron la macheta que llevaba yo colgada en mi maleta al lado de mis tenis, incluso sentí el zapateo tras de mí para cogerla.

 

Cuando llegamos a la primera antena, ya había llovido y escampado por lo menos seis veces, charlábamos con que teníamos que llegar a la quinta que se veía en el horizonte, pero hablando claro, esa tenía que estar en el Retiro. A esta altura ya todos lamentábamos la oferta no aceptada por unos arrieros, negados a alquilar sus mulas. Más arriba, paramos a descansar en la mejor vista del sur, de esas vistas que ni una foto panorámica logra describir, lo digo porque tocó guardar los celulares y tomar la foto con nuestros propios ojos.

 

El siguiente descanso fue en la cabaña quemada, una cabaña que antes servía para refugiar a los sin carpa, conocida por los pelados de la zona. Más adelantito vimos las tres cuevas, las cuevas del Higuerón. Estas son el escenario de varias historias locales, como lo son crímenes, ofrendas satánicas y ritos indígenas. Fuera de estas hay unas cruces con fotos memorativas ratificándonos para que sirvieron. Ya estaba muy tarde y teníamos que armar la carpa, además a Simón le quedaba poca luz para devolverse con las tres niñas.

 

Seguíamos una fortificación que era como una muralla intermitente de piedra, una valla que luego entendí que es la que da nombre a la vereda el Vallano. Estas pierdas era la manera de antaño dividir las fincas. Terminada la valla de piedra, llegamos a una meseta en un alto que se encontraba medio despejado, un lugar que seguro fue digno para asentarse un cacique de la Ayurá, fue ahí donde acampamos.

La primera noche fue complicada, dormimos cuatro hombres en un colchón doble, con amenaza de desinflarse. Todo dentro de la carpa estaba mojado, cobijas, nuestra ropa y hasta Lucas, el perro que nos acompañaba. Todos nos levantamos a preguntar la hora, esperando el sol con ansias, en mi caso pregunté dos veces.

 

El siguiente día explicó todo el sacrificio anterior, fue un día espectacular. Hicimos frijoles nosotros mismos, nos quedaron deliciosos para lo que hasta ahora habíamos comido…  eran enlatados.

Hicimos senderismo, vía alto del Escobero y encontramos una cascada a la que le calculo por lo menos 20 metros de caída, inimaginable al tratarse todavía de Envigado. Mi hermano y yo la trepamos, pero hasta el perro se nos patrasió, la verdad me arrepiento, una cascada es para verla de frente, todavía me sudan las manos.

 

Esa noche nos dio descanso, estaba estrellada, pusimos un plástico de veinte mil pesos en el suelo para echarnos. Llegó otro amigo, sin carpa, pero con unos brownies como queriendo comprar su cupo dentro de la de nosotros; él estaba advertido de llevar su choza, comimos sus brownies y le ofrecimos la carpa de las maletas para dormir, en esta el techo le llegaría a sus narices, pero se mantendría seco toda la noche, su miedo de acampar solo lo hizo dormir en la sala sin suelo de nuestra carpa y con el perro, ambos mojándose. Nos metimos par de sustos con unos ojos brillantes, fue el mejor momento para ver cinco varones abrazados a causa de un cartel reflectivo, a esa hora tenía mirada.

 

Esa segunda noche también fue de perros, perdí la pelea contra el jején y me dejé de aplicar repelente, fue lo peor que pude hacer.

 

A la mañana se escucharon complots de abandonar el camping, comentarios como: “si me supiera bajar, me bajaba”. Esa era la situación. Todos teníamos las manos tiznadas de cocinar con carbón, bueno, todos excepto un pato que no se dañó la manicure, eso levantó rabias. Si la compañía de este camping es muestra de lo que se encuentra en la sociedad, entonces la última manera de llamarse sería sociedad.

 

La única razón que nos mantenía allá era no querer bajar con todo ese peso del mercado otra vez, unos caminantes nos recibieron algo de mercado que les regalamos para su fiambre y cuando vimos la oportunidad arrancamos para abajo. La bajada fue todo un sacrificio de nuevo, no exagero el peso de tanto enlatado.

 

Cuando llegamos a la entrada del camino real de la Ayurá, nos estaba esperando la policía frente a la Ford Raptor blanca y nuevecita que suponía recogernos. Ver la policía se convirtió en nuestra cereza del pastel, iba ser una multa de millón de pesos multiplicado por cinco campistas que éramos, no queríamos salir entonces permanecimos camuflados. Desde la camioneta nos silbo el conductor, el hermano de uno de nosotros para salir, y como si se tratase de un pelotón militar, salimos en fila. Hubo como máximo dos saludos a los señores agentes, el resto permaneció esquivo a tentar la posible multa. Todo el equipaje, más el mercado, llenó por completo el volco tan gigante de esa Raptor, seis campistas, el conductor y el perro embarcaron la mionca. La policía resultó escoltándonos hasta la unidad, algunos entraron gateando del cansancio. Y lo que iba ser un fin de semana en confinamiento, terminó siendo mi texto descriptivo para español de 11.

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